La urgente necesidad de actuar: la perspectiva de un embajador mundial sobre la crisis del agua
Por: Dra. Rosalía Arteaga

La escasez de agua no es un problema nuevo para la humanidad. A lo largo de la historia, la extinción de diversas culturas, como la antigua Rapa Nui, mejor conocida como Isla de Pascua, una isla remota y aislada de la Polinesia, se ha atribuido a la falta de agua y a la imposibilidad de obtenerla de sus vecinos cercanos. Esta idea es respaldada por el geógrafo Jared Diamond en su extraordinario libro, Colapso, en el que también menciona el éxodo y desaparición del pueblo Anasazi de sus tierras ancestrales debido a lo que se conoció como la Gran Sequía, ocurrida a finales del siglo XIII.
Estos y otros análisis llevaron al reconocido geógrafo estadounidense a considerar la potencial extinción de los humanos en la Tierra, dada la naturaleza insular de nuestro planeta y nuestra incapacidad para acceder a recursos más allá de los que aquí están disponibles.
Sin embargo, este no es el enfoque principal de nuestro artículo. Más bien, nos proponemos analizar las reservas de agua, la generación y la captación de agua, así como los esfuerzos para garantizar que este recurso vital no sufra una escasez grave, generalizada y permanente en diferentes países y continentes.
Si exploramos la memoria colectiva y los textos históricos, incluidas las escrituras religiosas, a menudo encontramos referencias a fenómenos hidrológicos como sequías e inundaciones. Quizás la referencia más conocida a estas últimas se encuentra en la Biblia, el texto sagrado de las religiones judeocristianas, que relata el Diluvio Universal.
Entre las culturas indígenas americanas, una referencia más cercana se encuentra en las antiguas leyendas del pueblo cañari, una civilización preincaica del sur de Ecuador, que hablan de guacamayos míticos que salvaron a los sobrevivientes de un gran diluvio.
Pero al mirar al presente, contamos con numerosas proyecciones científicas que nos permiten actuar con base en datos sólidos y anticipar las consecuencias de las acciones humanas en la Tierra. Si bien existen grandes cantidades de agua en nuestro planeta, la mayor parte es salina e inadecuada para el consumo humano. Una parte significativa también está congelada en las regiones polares y, al derretirse a un ritmo acelerado, altera la dinámica planetaria y eleva el nivel del mar.
El agua dulce apta para el consumo humano, agrícola y ganadero es relativamente escasa. Se estima que más del 97 % del agua que cubre la Tierra es salina, mientras que solo el 2.5 % es agua dulce. Una parte significativa de esta agua dulce se utiliza para la agricultura y la ganadería, dejando una cantidad aún menor disponible para el consumo humano directo. Aunque antes se consideraba el agua un recurso inagotable, a menudo utilizado como ejemplo de conjuntos infinitos en las clases de matemáticas para niños, ahora sabemos con certeza que el agua dulce es limitada y gran parte está contaminada.
A esto hay que sumar las consecuencias de la extracción excesiva de aguas subterráneas, que conlleva la contaminación de los acuíferos, dibujando un panorama desolador para el futuro.
Por ejemplo, los principales acuíferos del mundo, como el Acuífero Guaraní, que abarca Brasil, Uruguay, Paraguay y Argentina, así como el recientemente identificado Acuífero Amazónico, descrito como un "océano subterráneo", deben estar adecuadamente protegidos. Prevenir la contaminación por perforaciones y preservar estas fuentes de agua para el consumo humano debe ser una prioridad.
Desde el establecimiento de la Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas En 1988, los expertos advirtieron sobre la necesidad de actuar con cautela y responsabilidad para evitar un punto de no retorno en el calentamiento global. Las consecuencias del cambio climático, como la desertificación, el derretimiento de los casquetes polares y los glaciares, la alteración de los patrones de lluvia y la disminución del caudal de los ríos, contribuyen directamente a la escasez de agua. Esto afecta no solo la supervivencia humana, sino también la producción de alimentos y la generación de energía.
En los últimos años, este último se ha convertido en un problema crítico. Las graves sequías de 2024, que azotaron a muchos países, causaron un sufrimiento generalizado, afectando la calidad de vida y las economías nacionales.
En América Latina, la escasez de agua ha generado graves problemas tanto para las personas como para las economías. En los últimos años, factores relacionados con el clima han impulsado cada vez más las crisis migratorias, a medida que las tierras se agotan y se vuelven improductivas.
Los incendios forestales también han sido devastadores, ocurriendo continuamente en todo el continente. Estos incendios han causado importantes pérdidas de vidas y daños económicos, destruyendo bosques, tanto primarios como comerciales, así como campos agrícolas y pastizales. La flora y fauna endémicas han sufrido pérdidas irreparables, aumentando el número de especies en peligro de extinción y amenazando la biodiversidad.
En el sector energético, muchos países, deseosos de migrar a energías renovables, invirtieron fuertemente en energía hidroeléctrica. Construyeron presas y asumieron compromisos financieros cuantiosos, esperando resultados sostenibles. Sin embargo, las sequías prolongadas agotaron los ríos, obligando al cierre de las centrales hidroeléctricas. La crisis energética resultante persistió durante meses, provocando el cierre de empresas, el colapso de los sistemas educativos y sanitarios, recesiones económicas y un grave deterioro de la calidad de vida, reveses de difícil recuperación.
Por ello, podemos afirmar con seguridad que la crisis hídrica se ha convertido en una realidad permanente en muchas partes del mundo. Esta crisis se ve agravada por la disminución de los humedales y el deshielo de las montañas, como en los Andes, que afecta vastos territorios y tiene un impacto directo en el bioma amazónico. La comprensión moderna del bioma andino-amazónico lo destaca como una de las regiones más ricas y con mayor biodiversidad del planeta.
Esto crea un círculo vicioso difícil de romper. A medida que la selva amazónica, uno de los mayores reguladores del clima del mundo, sufre la deforestación, la minería, la extracción de petróleo y los incendios, tanto naturales como provocados por el hombre, el planeta en su conjunto se ve afectado. La Amazonia es a la vez víctima y contribuyente al cambio climático: por un lado, sufre la reducción de las precipitaciones y los incendios forestales, y por otro, su deforestación acelera el calentamiento global.
La seguridad alimentaria está intrínsecamente ligada a los ciclos hídricos, que actualmente se encuentran gravemente alterados. Esto pone en peligro el suministro de alimentos en vastas regiones del mundo, especialmente en los países menos desarrollados, lo que agrava la pobreza, fomenta la migración y, a menudo, intensifica la violencia y los conflictos sociales.
Las soluciones deben comenzar a nivel local. Por eso, confiamos más en los gobiernos locales, que mantienen un estrecho contacto con sus comunidades y pueden colaborar para proteger las fuentes de agua, reducir los residuos, plantar árboles para fomentar las precipitaciones y preservar los hábitats y los humedales. Sin embargo, estos esfuerzos también deben abordarse a nivel global si queremos preservar la vida en la Tierra.
La crisis del agua ha llegado para quedarse a escala mundial. Su impacto futuro dependerá en gran medida de las medidas que adoptemos ahora.
Dra. Arteaga es un destacado defensor del medio ambiente y líder educativo en América Latina, y se desempeñó como expresidente y vicepresidente constitucional de la República del Ecuador, exsecretario general de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica y exviceministro de Cultura y ministro de Educación. Como Waterkeeper Alliance Embajadora global, utiliza su posición y plataforma para ayudar a amplificar y defender el agua limpia, saludable y abundante para todas las personas y el planeta.